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En los últimos 30 años Chile se convirtió en un milagro económico superando a todos los países latinoamericanos en cuanto indicador social e índice de desarrollo humano existe. Sin embargo en estos mismos 30 años de alguna manera nos hemos convencido de que hay que dar marcha atrás. Han sido ideas regresivas y estatistas las que han ido tomando fuerza en el país, ganando espacio y alcanzando hegemonía en las calles, en los colegios y en las universidades. Y no entendemos por qué.

Pero el diagnóstico dista de ser complejo, pues al analizar estos 30 años podemos darnos cuenta de que siempre ha existido una constante. Se trata de una corriente de pensamiento que ha propuesto de manera categórica la despolitización total de la Sociedad y que, querámoslo o no, se ha posicionado durante todo este tiempo como la doctrina absolutamente hegemónica entre quienes se oponen o simplemente son indiferentes a las ideas socialistas: el gremialismo.

El gremialismo no sólo hereda una visión vertical de Sociedad que arrastra del siglo pasado, asignando al estado una posición omnipotente por sobre todas las demás organizaciones sociales, sino que además clasifica a estas “organizaciones intermedias” en políticas y no políticas. Luego, afirma que deben las primeras situar su acción exclusivamente a nivel del estado sin intervenir en el desarrollo de las actividades de las segundas. De aquí deriva un rechazo a la politización por considerarse necesariamente una forma de instrumentalización de las organizaciones políticas respecto de las organizaciones no políticas, negando toda posibilidad de politización autónoma del tejido social.

De esta manera, incluso contrariando una realidad evidente, el gremialismo ha convencido a un importante sector ideológico de toda una generación de chilenos que –y así lo indican los manuales de formación de la Fundación Jaime Guzmán– la política sólo apunta a la conducción del estado y debe ésta desarrollarse sólo en aquellas organizaciones cuya naturaleza es política, como un instituto o un partido político. Sin embargo, esta explicación de lo que la política es se ha mostrado incapaz e insuficiente a la hora de expresar las verdaderas complejidades de la Sociedad.

Si bien es cierto al interior de cada estado hay organizaciones políticas que sitúan su acción a nivel de la conducción del mismo intentando hacerse de su gobierno, esto ocurre también al interior de todas las demás organizaciones sociales. No existe una división entre organizaciones intermedias políticas y organizaciones intermedias no políticas, puesto que al interior de toda organización humana existen fuerzas políticas, más o menos organizadas, que buscan gobernarlas. Todos los procesos que se dan en estos contextos son tan políticos como los que se dan a nivel del estado.

El gremialismo del siglo XX construyó sobre la base de una visión vertical de Sociedad, limitada e incompleta, una teoría social desde la cual se hace imposible comprender las verdaderas potencialidades de un tejido social empoderado, interrelacionado y autónomamente politizado. Tanto la obsoleta concepción de “cuerpos intermedios” como la superficial confusión entre “politización” e “instrumentalización” deben ser superadas.

La primera porque a ninguna organización social le corresponde por su propia naturaleza una posición intermedia respecto del estado, salvo a los organismos menores de éste mismo. Y la segunda porque la política, así como las ideologías y doctrinas que la inspiran, no sólo deben situar su acción al nivel de la conducción del estado –como indica el gremialismo– sino que a nivel de la conducción de absolutamente todas las organizaciones humanas; sin perjuicio de hacerlo siempre respetando la función propia y la autonomía de cada institución.

De esta forma comenzaremos a darnos cuenta que el camino para recuperar el espacio que hemos perdido en la batalla ideológica al interior de colegios, universidades, juntas de vecinos y demás organizaciones sociales está en la convicción de que es tiempo de acabar con la clase política. Porque su existencia radica en la concepción de que debe existir un conjunto específico y reducido de personas dedicada de manera exclusiva y monopólica a esta actividad como profesión. Una clase separada del resto de ciudadanos basada en la idea de una sociedad política separada de una sociedad civil. Pero la política no debe ser la profesión de algunos.

Debemos acabar con la clase política, primero, porque hemos entendido que la política no sitúa su acción sólo a nivel del estado sino que se desarrolla al interior de todas las organizaciones de la Sociedad. Y, segundo, porque todos y cada uno de los ciudadanos estamos llamados a participar activamente en la política al interior de todas las organizaciones sociales de las que formamos parte. ¡De nosotros depende superar este tabú!

No existe, ni debe existir, una sociedad política y una sociedad civil separadas la una de la otra, sino que una sola Sociedad de ciudadanos políticamente participes y una sola Sociedad compuesta de organizaciones autónomamente politizadas. Es tiempo de retomar el liderazgo y construir un nuevo paradigma donde los ciudadanos tomemos el protagonismo político en todos los frentes haciéndonos cargo de la construcción de la Sociedad del mañana. El liberalismo asociativo parte desde esta base y se plantea como una nueva alternativa a seguir.