Los chilenos, hace no mucho tiempo, teníamos una potente y fuerte sociedad civil. En el Chile de los 60’ era común el ser partícipe de alguna organización, sea dentro de nuestros barrios como; juntas de vecinos, centros de madres, clubes deportivos o comités de mejoramiento del barrio, como también en los diversos lugares donde las personas se podían desempeñar sea; bomberos, mutuales de auxilio a trabajadores, cooperativas.

Era propio del Chile de esa época el tener en la consciencia de cada persona que se es capaz de resolver tanto nuestros problemas, como los de otros, por cuenta propia y/o asociándonos con otros. Así, las personas demostraban que son seres racionales y capaces de lo que se proponen por sí mismos, sin la intervención de algún organismo de la administración central o del Estado, resolviendo las diversas problemáticas que se suscitan en su día a día.

Hoy, en cambio, muy poco de eso logra apreciarse en la sociedad chilena. Muy por el contrario, es común el sentir de depender de que otro se haga cargo de mis problemas, apuntando con el dedo a otros y responsabilizando a la administración central de ello, solicitándole que se haga cargo de gran parte de mis necesidades. Ahora bien, es de conocimiento general que quién mejor conoce sus problemáticas y quien podría lograr una mejor solución a ellas, es el propio afectado o bien varios afectados asociados entre sí con un propósito en común y amparados con otro valor del Chile del ayer; la solidaridad.

Un ejemplo de esto, sería lo ocurrido en el incendio del año 2014 ocurrido en Valparaíso, en que fueron bomberos, voluntarios, estudiantes secundarios, universitarios, y porteños anónimos, quienes colaboraron entre sí para despejar escombros, proveer utensilios de primera necesidad e ir en auxilio de quienes más lo necesitaban en ese momento. Si logramos asociarnos y ayudarnos de esa forma para una catástrofe, como Sociedad, ¿Qué nos lo impide en el día a día?

PUBLICADO EN: Austral de los Ríos