En Chile, mi profesora de historia me decía con mucho cariño “mi querida inmigrante”. Así como ella, otras personas me trataron con afecto y comprensión cuando llegué a este país, aunque la comunicación era difícil por la diferencia de acentos. Aun cuando mis costumbres son distintas, me integraron.

Pero no todos tienen mi suerte. Cuando digo que soy peruana lo primero que me dicen es: ¡No lo pareces! Porque se supone que el peruano es moreno y chico. ¿Acaso todos hemos de ser iguales? El color, la estatura o la nacionalidad de una persona no dicen nada de ella.

Mi crítica no va dirigida solo a chilenos; en Perú, por ejemplo, también hay compatriotas que harán más fácil la vida, o conseguir un trabajo, a un extranjero si es blanco y alto. El racismo y la xenofobia son males que afectan a muchas personas, quienes desde la ignorancia no tienen nada mejor que hacer que atacarnos.

Chile podría hacer la diferencia. Nuestros hermanos haitianos, colombianos y peruanos, entre otros, desean una oportunidad. “Chile es el país de las oportunidades”, es lo que escucha el inmigrante. No el país de los beneficios sociales, no el país donde todo es gratis o donde te aceptarán felices. Solo el país que da una oportunidad, donde en base a sudor y lágrimas se pueden alcanzar los sueños. Para un inmigrante eso basta.

Yo agradezco la oportunidad que se me dio. Ahora solo pido lo mismo para tantos otros que necesitan de todos nosotros.

 

Katherine Porras
Directora de Investigación de Equidad Ξ
Presidenta Centro de Alumnos Derecho PUCV

 

Leer en: La Tercera | El Demócrata